Se celebra un nuevo Día Mundial de la Lucha contra el SIDA. Este año se pide por un acceso más igualitario a los recursos disponibles para controlar la enfermedad. Solo de ese modo será factible cumplir con metas globales propuestas para 2030.
Este 1º de diciembre se conmemora en todo el mundo el Día Mundial de la Lucha contra el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA)”. La efeméride fue instaurada por ONUSIDA en 1988, y en esta oportunidad constituye un fuerte llamado para combatir las desigualdades que dificultan el control de la enfermedad. En América Latina se calcula que el 82% de las personas que viven con infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) conocen su estado. Pero solo el 69% recibe tratamiento antirretroviral y el 63% tiene carga viral suprimida o indetectable. Detrás de esos números preocupantes se encuentra la inequidad en el acceso a la prevención, diagnóstico temprano y tratamiento oportuno de este grave problema de salud pública. Es por eso que en la región también hoy se reclama: “Igualdad ya”.
Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), alrededor de 2,5 millones de personas viven con VIH en Latinoamérica y el Caribe. Durante 2021, cerca de 120.000 personas adquirieron el virus y lamentablemente 35.000 perdieron la vida por causas vinculadas con la enfermedad. El impacto ha sido dispar en las estadísticas, con un mayor compromiso en las denominadas poblaciones claves. Incluyen entre otras a: colectivos de hombres que tienen sexo con otros hombres, personas transexuales o transgénero, trabajadores y trabajadoras sexuales, usuarios de drogas endovenosas y en algunos países, comunidades indígenas.
Dichas personas generalmente se enfrentan al estigma, la discriminación y la criminalización en el seno de la comunidad y los sistemas sanitarios. Ven diariamente como esas barreras inhabilitan el acceso a un adecuado control de la infección por VIH. “Esto es inaceptable, ya que tenemos a disposición las herramientas para hacer del SIDA un problema del pasado”, se lamenta Carissa F. Etienne, directora de la OPS.
Etiene resalta que en algunos países de la región se han registrado avances en la adquisición de herramientas. Cita la mayor disponibilidad de pruebas diagnósticas autoadministradas, el empleo de profilaxis preexposición (PrEP), o la indicación en primera línea del antirretroviral dolutegravir, como algunos ejemplos. Aunque también le preocupa que dichos adelantos en distintos contextos sigan sin llegar a las poblaciones más afectadas. Según la directora, para cambiar el curso de la enfermedad se necesita una respuesta integrada que se extienda a todas las comunidades en riesgo. “Debemos hacer frente al estigma y la discriminación para lograr ampliar el acceso”, sentencia.
Según manifestó Winnie Byanyima, directora ejecutiva de ONUSIDA, los hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres tienen 28 veces más probabilidades de adquirir VIH que la población general. Las personas que se inyectan drogas endovenosas corren 35 veces más ese riesgo. Además, trabajadores sexuales y mujeres transgénero tienen respectivamente 30 y 14 veces más posibilidades de padecer infección por VIH. A Byanyima, también le preocupa la vulnerabilidad que tienen mujeres y niños que viven con la infección en distintas regiones del planeta.
En Desigualdades Peligrosas, un reciente documento emitido por ONUSIDA, se comenta que durante 2021, el 70% de las infecciones mundiales ocurrieron en poblaciones claves y sus parejas sexuales. Allí también se remarca que las inequidades impiden el progreso en la lucha contra el SIDA, reducen el retorno de las inversiones en VIH y ponen en peligro a millones de personas. “Si no se aportan igualdad y equidad, la respuesta global contra el SIDA fracasará”, aseguran desde la entidad.
La meta propuesta para 2030 es la eliminación de la infección por VIH como problema de salud pública. Es por eso que ONUSIDA y la OPS piden de manera urgente innovaciones, estrategias y políticas sanitarias que permitan cerrar la brecha. Consideran necesario contrarrestar la ralentización en la que ha caído el control epidemiológico de la infección por VIH. “Tenemos que lograr que los servicios y herramientas de control estén disponibles para quienes más los necesitan”, concluye Etienne.
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